La vida de una mujer
es bastante diferente a la de un hombre. Dios lo ha ordenado así. Un hombre es
el mismo desde el momento de su circuncisión hasta el momento de su decadencia.
Es el mismo antes de buscar a una mujer por vez primera y después.
Pero el día en que una
mujer disfruta su primer amor, queda dividida en dos. A partir de aquél día se
convierte en otra mujer. Después de su primer amor, el hombre es el mismo que
fue antes. Desde el día de su primer amor, la mujer es otra. Esto continúa a lo
largo de la vida.
Un hombre pasa una
noche con una mujer y se va. Su vida y su cuerpo siempre son los mismos. La
mujer concibe. Como madre es otra persona distinta de la mujer sin niño.
Durante nueve meses lleva la impronta de la noche en su cuerpo. Algo crece,
algo crece en su vida que nunca más saldrá de ella. Es una madre.
Es y permanece una
madre incluso aunque su niño muera, aunque todos sus hijos mueran. Porque una
vez llevó a un niño junto a su corazón. Y no sale de su corazón nunca más, ni
siquiera cuando está muerto. Y el hombre no conoce esto. No conoce nada.
No conoce la
diferencia antes del amor y después del amor, antes de la maternidad y después
de la maternidad. No puede conocerla. Sólo una mujer puede conocerla y hablar
de ella. Por eso no queremos que nuestros esposos nos digan lo que tenemos que
hacer.
Una mujer sólo puede
hacer una cosa: Respetarse a sí misma. Puede mantenerse decente. Ella siempre
debe ser como es su naturaleza. Siempre debe ser doncella y siempre madre.
Antes de cada amor es doncella, después de cada amor es madre. En esto se puede
ver si una mujer es buena o no.