Desde que el ser
humano se conoce como tal, tuvo la concepción de que más allá de esta vida
material, se halla otra inmaterial e imperecedera. Desde entonces, existió la
noción de que el ser humano (e incluso animales y plantas) tenían dos
principios que los conformaban, uno material y otro espiritual, que se expresa
en distintas culturas como la partición del Cielo de la Tierra o la Creación de
la Tierra y el Cielo y en el caso judeocristiano, en la creación del ser
humano, que se crea a partir del barro y el soplo de vida del Creador.
De aquí viene la
primera concepción del ser humano, una dicotomía que habla de un cuerpo físico
y un Espíritu. Sin embargo, estos dos principios interaccionan y se sintetizan
en un tercer principio, dando pie a una tricotomía: cuerpo físico, alma y
espíritu. En la Biblia se apoya la tricotomía:
“Y el mismo Dios de paz os
santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea
guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón.” (Hebreos 4:12)
En la tricotomía
hallamos que el cuerpo físico es la
envoltura material, constituido de carne, huesos y sangre, que a su vez se
compone de los elementos de la Naturaleza en compuestos, moléculas y átomos;
pero éste es incapaz de vivir por sí mismo, pues no difiere de los elementos
sin vida que lo conforman. El cuerpo se halla en el reino material, donde
existe el tiempo y el espacio y todas las leyes físicas que nos limitan, dando
lugar a la juventud y la vejez, la vida y la muerte y a la diversidad infinita
de todas las cosas.
El Espíritu, al contrario, es la Esencia
de todas las cosas, etéreo, imperecedero e infinito. Todas las tradiciones
apuntan a que estuvo antes que todo y permanecerá incluso cuando todo haya
desaparecido. Éste es inmortal e intemporal, fluye no en el espacio pues es
todo, y no en el tiempo, pues está siempre en un eterno presente. En los seres
vivos, les da la vida eterna y cualidades como la virtud inmortal. El reino
espiritual es Uno, Infinito y Eterno, contiene todo y nada a la vez, en esa
dimensión, todos y todo es sólo Uno.
El Alma es la interacción entre el
principio material y el espiritual. Así como entre el estado gaseoso de la
materia y el sólido, se halla el estado líquido, así es igual en la concepción
tripartita del ser. El alma en parte es la vida insuflada en el cuerpo, lo que
le permite respirar, moverse y llevar a cabo sus necesidades primarias; pero
también es lo que nos permite pensar, sentir, inteligir e intuir; así mismo, es
una expresión de lo que nos hace únicos pero iguales a los demás, nuestra mente
o consciencia.
Mientras todos
los cuerpos son distintos y todo el Espíritu es lo mismo, el alma contiene en
sí mismo la paradoja de hacernos únicos pero compartiendo en todo sentido
nuestras cualidades, como un bosque de pinos, donde cada uno es maravilloso en
sí mismo, pero igual a los demás. En el reino astral existe el tiempo y el
espacio, pero estos no son estáticos y cerrados, sino flexibles y movibles.
A pesar de que
nuestra tricotomía es la base de todo el estudio del ser humano, no debemos
perder de vista que somos seres únicos, es decir, que los tres aspectos son
sólo partes de lo que nos conforma. Mientras la concepción judeocristiana dejó
asentada la concepción triple del ser, y que es la base de todos los sistemas
filosóficos, algunos como el hinduista nos ofrecen un esquema quíntuple, donde
hallamos:
1)
Annamaya-kosha (envoltura corpórea o física)
2)
Pranamaya-kosha (envoltura vital o pránica)
3)
Manomaya-kosha (envoltura mental, que recibe impresiones sensoriales)
4)
Vijnanamaya-kosha (envoltura intelectual, con las facultades de discriminación
y voluntad)
5)
Anandamaya-kosha (envoltura de beatitud)
En esta
clasificación, el alma se halla diseminada en los últimos cuatro koshas y el
Atman (chispa divina o Espíritu) permanece separado de sus cinco envolturas.
En la enseñanza
teosófica, se habla de la base de tres, pero que a su vez sostiene siete grados
o cuerpos que contiene el hombre. La base efectivamente es de cuerpo, alma y
espíritu, pero éstas a su vez se dividen, según sus capacidades y dones.
Las siete
“partes” que constituyen este hombre septenario son:
1) Cuerpo
físico.
2) Cuerpo
pránico o vital, de naturaleza etérea y que es la contraparte del cuerpo
etero-físico, quien lo anima y le insufla la vida. Sobre los canales de este
cuerpo (llamados también “nadis” o “meridianos”) actúan fundamentalmente algunas
de las formas terapéuticas que utiliza el hombre como la acupuntura,
homeopatía, etc.
3) Cuerpo
emocional o astral, es el asiento donde se manifiestan las pasiones, las
emociones y los sentimientos, desde los más sublimes a los más egoístas.
Mediante técnicas avanzadas, es posible lograr una separación consciente del
cuerpo emocional mediante el llamado “viaje astral”, aunque vale la pena
aclarar que durante el sueño todos nos desdoblamos astralmente (aunque
inconscientemente).
4) Cuerpo mental
inferior o kama-manas (“kama”, deseo y “manas”, mente), es donde residen
nuestros pensamientos teñidos de deseo. Esta es la mente egoísta al servicio de
las necesidades (reales o ilusorias) del “Yo inferior”.
Los cuatro
cuerpos anteriormente reseñados constituyen el llamado “cuaternario inferior”,
es decir la parte mortal del ser humano. Este “cuaternario” es el complemento
perecedero de nuestro “Yo más alto” o “Tríada superior”, constituida por:
5) Manas (Mente
superior)
6) Buddhi
(Cuerpo intuicional)
Y finalmente, el
7) Atman o
Espíritu.
El Alma es ese
puente, esa parte inmaterial que nos conforma, nos da vida y nos da la
capacidad de evolucionar y cambiarnos a nosotros mismos. Cuando llega el final
de nuestros días terrestres, la parte material del alma se despoja al igual que
nuestro cuerpo físico y la parte inmortal persiste en un viaje, que varía según
las distintas culturas, pero en el que todas concuerdan que es para el
desarrollo espiritual, para regresar, algún día, con el Padre que está en los Cielos.