domingo, 28 de marzo de 2010

El Hijo de Dios

A través de las épocas, los seres humanos han reconocido a seres especiales a los que han llamado "Hijos de Dios". Jesús de Nazareth es uno de los ejemplos más conocidos actualmente, sin embargo, en la antiguedad más remota se conocieron personas muy especiales que fueron nombradas con dicho título.

Actualmente varios de ellos se consideran meros mitos o leyendas, Hércules, Perseo, Horus, Mitra, Krishna, Rama, entre una multitud más fueron nombrados Hijos del Altísimo. No fue una cuestión aleatoria, sino que fueron grandes hombres que alcanzaron un desarrollo espiritual muy alto, que redescubrieron la conexión mística que todos los seres humanos tenemos con la Divinidad y por eso mismo fueron conocidos como Hijos de Dios.

Se dice que eran hijos de vírgenes fecundadas por el poder de una deidad, lo que revela la conexión mística con su espiritualidad en un sentido metafórico, más que una cuestión literal, ya que en esencia, somos luz, hijos de una Madre y un Padre que no tuvieron unión sexual. Ellos al reconocer este hecho pudieron hacer una separación entre lo terreno y lo trascendente.

Fueron grandes almas que a lo largo de sus encarnaciones fueron evolucionando más y más hasta alcanzar un grado de perfección tal, que llegaron a un equilibrio casi perfecto entre cuerpo, mente y espíritu ó si lo prefieren, entre materia, energía y virtualidad. Tomaron consciencia de que el microcosmos (nuestro organismo) es en escala igual al macrocosmos (el universo), que todos somos ramas del mismo árbol y que todos somos un sólo Ser.

Los Hijos de Dios eran personas sumamente especiales y eran capaces de realizar prodigios enormes. Gran parte de sus enseñanzas y sus trabajos son expresados el día de hoy como luchas contra fuerzas sobrenaturales, monstruos y demonios. Sin embargo, la verdadera lucha se efectuaba dentro de cada uno de ellos, y que al vencer sus debilidades y vicios, encontraron el Cielo y la Inmortalidad.

Jesús venciendo las tentaciones del diablo, Perseo degollando a Medusa, Krishna acabando con la gran serpiente de Kansa, Quetzalcóatl venciendo a Tezcatlipoca son sólo ejemplos de metáforas del ser espiritual venciendo a las fuerzas obscuras de la materia, de lo trascendente colocándose por encima de lo perecedero.

La realización de milagros es otro razgo común que nos habla de la capacidad del ser humano de transformar las cosas si tiene la plena confianza en que las logrará. Si tuviéramos la fe del tamaño de una semilla de mostaza las montañas se moverían si se los pidiéramos, los océanos se calmarían a voluntad y todo sería posible. Estás han sido las enseñanzas de los Hijos de Dios.

Sus muertes generalmente han sido violentas, destruidos por fuerzas negativas, pero que finalmente vienen a completar un ciclo elemental de la vida. Osiris desmembrado por Seth, Adonis asesinado por Ares, Orfeo destruido por las bacantes. Son sólo una muestra de que el bien siempre estará acosado por el mal y que su camino es difícil y sinuoso.

Sin embargo, la muerte no es el final, sólo es una transición, un paso más. Para ellos ha sido la liberación hacía la Totalidad, al Infinito, al que se han sumado y de lo que se ha escrito "Y Zeus le concedió la inmortalidad y el acceso al Cielo como un dios" o en su defecto "Ascendió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre".




domingo, 14 de marzo de 2010

Dios ¿Una Diosa?

Cuando los seres humanos comenzaron a visualizar a su deidad, la primera impresión que tuvieron de Dios, fue que era en realidad Diosa. La Divinidad comenzó con imagen y figura de mujer, convirtiéndose en la madre de todos.

En la antiguedad más remota, los hombres salían a cazar y a recolectar frutos; en tanto que las mujeres se quedaban en casa para el cuidado y la instrucción de los hijos, la preparación de los alimentos. Si un hombre regresaba herido, eran las encargadas de sanarlo con sus conocimientos medicinales y eran además, el vínculo directo con las deidades.

Esto era, porque las mujeres poseían un don más allá de la comprensión de cualquier mortal: la capacidad de dar la vida. Esto, fuera de verse con superstición por ser algo aparentemente "desconocido", se veía con reverencia, ya que dar la vida es algo divino, reservado sólo a los dioses, o en este caso, diosas.

La Venus de Willendorf es la prueba más antigua de la adoración a la Diosa, aunque no la primer imagen de la Divinidad, ya que es probable que existieran figurillas con su efigie labradas en hueso o madera, pero seguramente han sido consumidas por el tiempo. La Gran Madre se manifiesta en la Tierra, la Luna y la Naturaleza en general.

Ella es la materia y la vida terrena. De su vientre virgen venimos, sólo fecundado por el poder de la lluvia, el líquido que viene del Cielo, nuestro Padre. Al morir, regresamos nuevamente a su vientre, para renacer como algo más.

La imagen de la Diosa resulta primordial para todas las religiones, ya que en balance con el Dios, complementan a la Divinidad Suprema. Como el otro lado de la misma moneda, los dioses tienen a sus contrapartes femeninas, que tienen tanto poder como ellos, o en algunos casos más. Isis es quien por medio de su magia reúne los pedazos nuevamente en Osiris y le regresa la vida; Hera compite en poder con su esposo Zeus, para probar a los mortales; Durga vence al demonio Mahisha, al que ningún dios podía vencer.

Dios como mujer es una figura relevante, que nos enseña que no son el sexo débil, sino que tienen sus propias fuerzas, tanto físicas como espirituales. El dios patrono de Atenas era por quien recibía el nombre: Atenea, diosa de la sabiduría y la estrategia, una deidad muy poderosa que podía enfrentarse sin dudarlo a Ares, señor de la guerra, o a Hefesto, el herrero de los dioses.

Pero a pesar de su gran fortaleza y sabiduría, la Gran Madre reúne otras características que la acercan más a los seres humanos: su compasión y misericordia, su afán de protección y su amor por la humanidad. Atributos que sólo una madre podría tener, ahí radica su importancia. Incluso en las religiones monoteístas podemos ver su imagen: como la Virgen María en el cristianismo, como la shekinnah o el halo de luz que cubre a los santos y profetas del judaísmo, cristianismo e Islam.

La Diosa es una figura relevante en nuestras vidas. La vemos manifestada en la Luna que nos ilumina y protege en la obscura noche; es la Tierra que nos da sus frutos para alimentarnos y que nos recoge cuando alcanzamos el eterno sueño; es el espíritu dador de vida y las mujeres que vemos día con día: nuestras madres, nuestras hermanas, esposas, novias, amigas; porque en ellas reside la divinidad, la Diosa.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La Morte

La muerte es una de esas cosas desconocidas a la que los seres humanos sin duda tememos. Con seguridad, lo único que podemos decir de este proceso es que "es cuando el corazón deja de latir y los sistemas del cuerpo dejan de funcionar".

Pero para los distintos pueblos de la antigüedad la muerte era una fuerza, pero más que eso, era una entidad y un dios. Por lo general, no se erigían templos para la entidad, y se hacían honores a ella sólo cuando alguien fallecía. De hecho se evitaba pronunciar el nombre de la divinidad por temor a que se hiciese presente. Para los egipcios la muerte se personificaba en Anubis, la deidad con cabeza de chacal, hijo de Osiris y Neftis. Siempre lleva el Ankh, la cruz egipcia.

El simbolismo encerrado en Anubis comienza desde su imagen, el chacal era un animal de caza y compañía para los egipcios y un guía, por ello, el dios de la muerte se representaba así, con cabeza de chacal, ya que el guiaría las almas de los difuntos hasta su destino. Hijo de Osiris, dios y rey del inframundo, del eterno reino espiritual; y de Neftis, diosa de la obscuridad y lo invisible; Anubis es la conexión entre la vida material y la ultraterrena, quien lleva a los seres humanos a su destino espiritual.

El Ankh, común de todas las divinidades egipcias, es la llave a la inmortalidad, un talismán poderoso que aniquila el mal. Conformado por tres líneas que se conjuntan en un semicírculo, significan las Tres Fuerzas del Cosmos que se unen en la Infinidad, representando de esta forma a Dios.

En Grecia, la muerte estaba personificada por Thanatos, hermano de Hypnos, el sueño. Este dios era esquelético y alado, usaba una capucha negra y siempre llevaba consigo una guadaña y un reloj de arena.

Cumplía los designios de las Moiras, las hermanas del destino que decidían el nacimiento, tiempo de vida y hora de fallecimiento de los seres humanos por medio del hilo que tejían, medían y cortaban. Él era quien tocaba a la persona que estaba destinada a morir y lo llevaba hasta el inframundo, acompañado de Hermes, el mensajero de los dioses, a quien igualaba en velocidad.

Simboliza como tal la etapa en que no somos ya carne y sangre, sólo huesos. Su reloj de arena marca el tiempo de vida que se agota grano por grano. La guadaña es una herramienta de agricultura, que se utiliza para sesgar los campos y posteriormente recoger la cosecha, lo que significa que la vida es un ciclo, recogemos los frutos para sembrar nuevamente, unos mueren y otros nacen y los que fallecen sólo pasan a otro estado de la vida.

Para las religiones judeo-cristianas, la muerte está personificada en Azrael, "Quien ayuda a Dios", el mensajero de la muerte, que viene a la Tierra a tocar a la persona que esta destinada a fallecer, borrando su nombre del Gran Libro, siempre representado como un pergamino en el cuál escribe el nombre de los que nacen y elimina el de quien muere. Atiende al llamado de quien Dios reclama para sí en su momento, al caer la hoja del árbol de la vida que le corresponde. En muchas representaciones se asocia con Thanatos, al llevar la guadaña y el reloj de arena.

Para los mesoamericanos, la muerte era Mictlantecuhtli, el dios con forma de esqueleto, el señor del Mictlán, la tierra de los muertos, a quien Quetzalcóatl "pidió prestados" unos huesos para crear a la humanidad. El "favor" de alguna manera hecho quedó con la condición de que todos regresaríamos al mundo de donde provenimos y bajo esta premisa, cuando Mictlantecuhtli dicta que es el momento, una persona perece y regresa al reino espiritual.

Como podemos observar, la muerte para los antiguos era algo reverenciado y hasta temido, pero era una parte natural de la vida, una cara de la moneda de la vida, que no terminaba al exhalar el último suspiro, sino que continuaba más allá. La labor de las deidades de la muerte es preservar la vida más allá de la existencia terrena. Más que un adormecimiento, la muerte era un despertar, el amanecer al mundo espiritual que se encuentra más allá de la comprensión e imaginación humana.