miércoles, 1 de junio de 2011

Dos historias cortas de amor

Nuestra alma gemela

Los antiguos decían que al principio, el ser humano era aún más semejante a Dios de lo que es ahora, ya que era hombre y mujer al mismo tiempo, uno solo. Sin embargo, esta condición los hizo anhelar estar en el cielo, con los demás dioses. Entonces comenzaron a escalar por las laderas del Monte Olimpo, tratando de invadir el terreno celeste de Zeus y los otros olímpicos.

Entonces Zeus se dio cuenta, de que para completar su destino y seguir su plan, los seres humanos debían estar divididos, debía separar las dos partes integrales de aquellos hechos a su semejanza. Con su rayo fue partiendo uno a uno en dos pedazos, dividiendo el corazón y alma de los seres humanos por la mitad.

Desde ese entonces, cada hombre y mujer de este mundo busca y lucha por encontrar a su otra mitad, aquella de la que han sido separados desde antes de nacer, para volver a ser uno solo y volver a ser como dioses, felices y dichosos, latiendo con un mismo corazón y creciendo con una misma alma.



Eros y Psiquis

Dicen que hace mucho tiempo, existió una hermosa doncella, llamada Psiquis. Ella era sin duda, la cosa más hermosa sobre la tierra, tanto así, que los hombres de todas las edades murmuraban: “Esa doncella es incluso más bella que la misma Afrodita”.

Afrodita era la diosa del amor y la belleza, pero como el amor mismo, era muy voluble y caprichosa. Al escuchar las blasfemias en su contra, ideó un plan. Envió a su hijo, Eros, a que disparara una de sus flechas a la desdichada muchacha para que se enamorara de un asno. Pero la diosa no contaba, con que su joven y gallardo hijo se enamoraría de la doncella. Así que no hizo lo que su madre le había pedido.

Por el contrario, mandó al Eolo, dios del viento, para que la llevara a su palacio en el cielo. Ahí ella disfrutaría de la comida más deliciosa, la más bella música y las cosas más exquisitas, siempre atendida por seres invisibles cuyo amo se tornaba invisible también, tratándola no como a una reina, sino como a una diosa. Sólo había una promesa: que ella nunca intentaría verlo cuando él durmiera por la noche. Eros no quería que ella lo amara por el hecho de ser un dios. La joven estaba muy feliz con su buen anfitrión y comenzó a enamorarse de él.

Pero Psiquis extrañaba a sus hermanas, así que fue llevada de nuevo a la tierra e invitó a sus hermanas a acompañarla al palacio celeste. Ahí, sus hermanas vieron las maravillas de las que gozaba y sintieron celos por su agraciada hermana. Entonces comenzaron a cuestionarla acerca de quién era el amo de ese palacio, “seguro es un horrible monstruo y por eso se torna invisible y no deja que lo veas mientras duerme en la noche”.

Insegura por las crueles acusaciones de sus hermanas, Psiquis se acercó esa noche al lecho de su amado con una lámpara de aceite y al acercarse vio la hermosa y resplandeciente figura de Eros, pero entonces, unas gotas del aceite caliente cayeron sobre el brazo de su amado quien despertó al instante. Ella intentó disculparse, pero ya era tarde, el dios desapareció de su vista decepcionado porque ella no había podido cumplir su promesa.

Psiquis acudió al templo de Afrodita para pedirle ayuda. La diosa se apareció y le dijo que no se molestara en buscar a su hijo, que nunca más volvería a verlo. Pero Psiquis insistió, entonces la diosa le dijo que para curar Eros de su herida debía buscar la caja de belleza que Perséfone tenía en su poder.

Psiquis se encaminó al Inframundo, de donde nadie regresa. Por consejo de Zeus, padre de Eros, la joven llevaba dos monedas y dos panes. Colocó una moneda dentro de su boca para pagar al barquero, Caronte, que la llevaría del otro lado del río infernal. Una vez allí, Cerbero, el perro de tres cabezas, guardián de la puerta, le impidió el paso, pero con un pan, lo distrajo un instante y pudo continuar con su camino.

Finalmente, llegó al palacio de Hades, señor del inframundo, dios de los muertos. Perséfone, su reina, estaba sentada en un trono junto a él. Psiquis les suplico que la ayudaran. El rey se mostró inclemente a sus peticiones, pero la reina, la vio con misericordia y le proporcionó lo que pedía. Tomó la caja de belleza y se la dio, pero con un aviso: “Por nada del mundo abras esta caja, deja de lado tu curiosidad”.

Psiquis retomó el camino de regreso. Dio el pan al perro infernal y la moneda al barquero. Siempre dudando, cuál era el contenido de la caja que le habían dado. Deseaba ver que había en el interior. Entonces, su curiosidad la consumió y miró dentro. Cuando vio su reflejo en el agua, se dio cuenta de que ahora era anciana y marchita.

Se entristeció sobre manera, ni amor, ni belleza. Fue a dejar la caja de belleza al templo de Afrodita, quien estaba muy sorprendida de las proezas de la joven por obtener lo imposible. Curó el brazo quemado de Eros y le contó todo lo que Psiquis había tenido que pasar.

Entre culpable y enormemente feliz por ver el sacrificio que había hecho la doncella, Eros emprendió el vuelo, lleno de alegría y fue a buscar a la mujer que amaba. Psiquis estaba con sus hermanas, que se regocijaban de su desdicha. Entonces el dios la llamó, la abrazó y entonces su vejez desapareció y recuperó su belleza. Se miraron y se dieron un apasionado beso. Se casaron con la bendición de Afrodita y Zeus.

Desde entonces, ambos vuelan por el cielo, eternamente enamorados, recordando a todos que el amor lo vence todo, porque no hay otra fuerza que lo iguale y que el alma (psiquis) no puede vivir sin amor (eros).

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