PREFACIO
Todas las sociedades alrededor del mundo comparten diversas instituciones que las constituyen y las conforman. El gobierno, la economía, la familia, la constitución y el ejército son instituciones comunes entre las diferentes sociedades. Sin embargo, una de las instituciones sociales más antiguas e igual de importante que las ya mencionadas es la religión.
La religión, como menciona Ely Chinoy, es una institución muy compleja, ha actuado como modificadora de la sociedad, alterando muchas de las instituciones como el gobierno, la familia, el ejército, entre otras. En la actualidad, la religión, si bien no tiene el papel preponderante que poseyó hace quinientos años, tiene una influencia y un papel muy importante en nuestra sociedad.
Las creencias son una parte fundamental del ser humano, que le da esperanza y fe, que son dos cuestiones que ayudan a completar al ser humano y a llenarlo con algo que el lenguaje no puede explicar. Es importante el desarrollo de este trabajo de investigación para comprender el tema central de todas las instituciones sociales llamadas religiones: Dios.
Comprendiendo este gran tópico, podremos determinar muchas cuestiones que han quedado sin explicación dentro de estas instituciones sociales que todavía tienen un peso enorme dentro de nuestra sociedad. La importancia de conocer cómo se conforman las visiones de la divinidad en las religiones nos ayudará a comprender más acerca de nuestra sociedad.
A pesar de que el tema central es la concepción de la divinidad en las sociedades y mentes humanas, la temática va orientada hacia las antiguas religiones de mesoamérica, más concretamente a la zona del altiplano central donde se ubicaron tres de las civilizaciones más importantes de México: la teotihuacana, la tolteca y la azteca.
De esta manera no solamente se brindará una razón para la creencia en un Dios o una Diosa y cómo es que estos entes se conforman, sino que también se dará un acercamiento a la religión de nuestros antepasados.
El objetivo de este trabajo de investigación es observar y demostrar cómo las estructuraciones de las diversas divinidades tienen un trasfondo social en la consciencia colectiva, así como un trasfondo mental en la consciencia individual. Demostrar que si es bien cierto que las divinidades en las religiones pueden determinar, modificar y alterar la sociedad de que forman parte, la sociedad y los individuos de la misma son también los que determinan, modifican y alteran la concepción de las divinidades en sus religiones.
Persiguiendo este objetivo también se divisa otro objetivo: el de crear lazos de respeto entre las diferentes religiones, y entre los individuos que creen en ellas y los que no, ya que este trabajo trata de percepción y comprensión. De cómo percibimos a ese Dios o esos dioses en los que creemos o no creemos y cómo comprendemos a cada uno de esos seres proyectados en nuestra mente.
La concepción de las divinidades de la religión mesoamericana prehispánica evolucionó conforme al desarrollo neuropsicológico y los movimientos sociales de los pueblos del altiplano central (teotihuacanos, toltecas y aztecas).
ESTUDIOS PRELIMINARES
Cuando hablamos de concepción, en este caso de divinidades, nos referimos a la manera en que visualizamos e idealizamos dichos conceptos, desde cómo lucen (por lo menos en nuestra mente y nuestra imaginación), que atributos y cualidades tienen, hasta como es su carácter, personalidad y su manera de comportarse.
Todo esto tiene que ver con lo que el ser humano le atribuye a tales conceptos, tanto individual como colectivamente. Es decir, la manera en que realiza sus proyecciones. Las proyecciones mentales no son alucinaciones ni creaciones imaginarias, que no poseen un lugar de ningún tipo en la realidad, sino que son nuestras percepciones personales y que conforman nuestra realidad diaria.
El Dr. Heisenberg, uno de los padres de la física cuántica y amigo y oponente del ganador del premio Nobel, Albert Einstein; mencionaba que nuestros sentimientos, ideas, emociones e inclinaciones constituyen nuestra percepción, y que ésta construye y conforma nuestra realidad.
Las percepciones que el ser humano tiene pueden ser del mundo externo o de su propio mundo interior Desde cosas tangibles, medibles y cuantificables, hasta cosas etéreas, abstractas e intangibles. Las proyecciones son producto de la percepción y nos dicen como vemos al mundo, como vemos a los demás seres, como vemos la vida y a nosotros mismos.
De esta manera comenzamos a entrar en el campo de la mente humana, en el campo de la psicología. Sin embargo, no esta claro que es neuropsicología. La neuropsicología es una escuela psicológica proveniente de la escuela rusa, que propone la relación que existe entre mente y cerebro.
En muchas ocasiones la palabra mente y la palabra cerebro se confunden y se utilizan indiscriminadamente como si significarán lo mismo, sin embargo, para la “ciencia de la mente”, la psicología, esto no es así.
El cerebro es uno de los órganos principales del cuerpo humano, si no es que el más importante. Es el órgano encargado de enviar impulsos electroquímicos a todos los órganos del cuerpo haciendo que éstos trabajen y desempeñen las funciones que deben de realizar. Es el encargado de muchos procesos, de hecho ningún proceso del cuerpo se realiza sin intervención del cerebro. Es el interventor de nuestras reacciones e instintos, pero también de nuestros pensamientos e ideas.
La mente en cambio es un ente abstracto, en el mundo real no es algo comprobable y visible, es sólo comprobable por el hecho de que podemos pensar y reflexionar, de que tenemos consciencia, pero fuera de estas actividades “la mente es tan improbable como Dios”.
Sin embargo, la mente actúa por medio del cerebro para realizar todas sus funciones, aunque debemos resaltar que el cerebro no es la mente. Cuando una persona se encuentra en coma, por ejemplo, el paciente continúa desempeñando sus funciones vitales, tales como respirar, procesar alimentos y expulsar los deshechos de manera automática gracias a su cerebro. Sin embargo estos pacientes no tienen una consciencia o una mente consciente que les permita pensar y realizar todas las actividades que devienen del pensamiento, tales como moverse o expresarse.
Todos los individuos van moldeando su cerebro de manera empírica, todas sus experiencias se van grabando en el banco de la memoria del cerebro y producen los deseos, los gustos y los disgustos, la personalidad. La persona no puede conocer nada de lo que no ha vivido y ha venido a formar parte de su experiencia.
Pero en el caso de los pacientes con personalidad múltiple, éstos generan personalidades alternas que tienen experiencias diferentes, el cerebro de estas personas continúa teniendo la misma estructura, no hay cambios en la fisiología de su cerebro, sin embargo su mente es tan poderosa que puede generar experiencias a las que las personas son completamente ajenas.
De esta manera podemos observar como es que la mente es muy diferente de lo que es el cerebro, pero que entre éstos dos existe una conexión muy importante. Una mente sin cerebro es inexistente, pero un cerebro sin mente no podría efectuar ninguna operación más allá de hacer que el corazón lata, el cuerpo respire y la sangre circule.
La neuropsicología es la ciencia que estudia las relaciones entre mente y cerebro, cómo uno modifica y altera al otro. Esta ciencia tiene relación con todos los acontecimientos y fenómenos que vivimos diariamente, la mayor parte de las veces sin que siquiera podamos percibirlo.
Según la escuela estructuralista, fundada por James Wundt, el caso de las proyecciones, con respecto al mundo exterior, inician como fenómenos o simples objetos que percibimos por nuestros cinco sentidos.
Estas sensaciones viajan a manera de impulsos eléctricos que viajan por el sistema nervioso hasta el cerebro. Una vez en el cerebro, estas sensaciones son codificadas en imágenes (visuales, auditivas, olfativas, gustativas o táctiles).
La mente realiza el análisis y la reflexión de dichas imágenes y termina produciendo, lo que es llamado por esta escuela, sentimientos, que son el producto del análisis y la reflexión de las imágenes mentales, lo que llamamos proyecciones, es decir la manera en que percibimos los fenómenos.
El ser humano a pesar de poseer inteligencia, consciencia y razón, sigue perteneciendo a la familia animal. Hace 20,000 años el ser humano ya estaba constituido de la manera en que hoy lo conocemos, ya tenía desarrollado el cuerpo y la fisiología del cerebro a manera del hombre actual. Pero el cerebro de estos primeros seres humanos no estaba todavía bien desarrollado.
Como menciona el Dr. Deepak Chopra en su libro “Conocer a Dios”, el cerebro de los seres humanos esta constituido por dos partes: cerebro viejo y cerebro nuevo. Los pensamientos y procesos mentales se llevan a cabo en siete niveles, dos de ellos ubicados en el cerebro viejo y los otros cinco en el nuevo.
Las siete fases de la actividad mental-cerebral brindan una respuesta determinada, éstas son: respuesta luchar o huir (supervivencia), respuesta reactiva (competencia y poder), respuesta de consciencia en reposo (paz interior), respuesta intuitiva (sabiduría y percepción), respuesta creativa (imaginación y creatividad), respuesta visionaria (compasión y amor), respuesta sagrada (sentimiento de unidad).
INTRODUCCIÓN A LA RELIGIÓN NÁHUATL
Desde el principio los seres humanos intentaron dar explicación a todos aquellos fenómenos que no podían comprender, fue entonces que nacieron sus primeros dioses: el rayo, la lluvia, el sol, la tierra. Éstos junto con muchos otros fenómenos eran vistos como divinidades.
Durante esta etapa, los hombres no eran poco más que animales con imaginación y creatividad. Todos sus esfuerzos se veían reflejados en su supervivencia y conservación. Apenas habían desarrollado algunas herramientas y creado objetos básicos para su subsistencia.
Posteriormente las divinidades evolucionaron, junto con la sociedad humana, de ser solamente dominadores de los estados naturales para convertirse en algo más allá del mundo terreno, en señores de la eternidad, protectores y guardianes de la vida espiritual que se encontraba más allá del mundo material. Mientras tanto los humanos creaban las primeras civilizaciones.
Las divinidades representaban en sí mismas algún valor o virtud: belleza, amor, justicia, sabiduría y templanza eran cualidades celestiales que poseían los inmortales y eran sus atribuciones principales. Aunque también existieron divinidades que representaban los vicios: la ignorancia, la fealdad, la maldad y la injusticia eran sus facultades. En esta continua lucha entre el bien y el mal, la humanidad participaba activamente, siempre disputándose entre estas dos grandes fuerzas.
Existieron divinidades alegres y bondadosas, así como dioses sombríos y malvados, diosas de la vida y dioses de la muerte, señores del día y señoras de la noche. Los sabios acudían a sus divinidades del conocimiento mientras los agricultores a las divinidades de la lluvia y la fertilidad. Las mujeres oraban a las diosas del hogar en tanto los soldados eran bendecidos en nombre de los dioses de la guerra.
En mesoamérica, como en el resto del mundo, el proceso de evolución de la religión fue el mismo. Primero las divinidades de la naturaleza tuvieron el predominio de adoración de los seres humanos, viéndose desplazadas posteriormente por los dioses del más allá y por las deidades con cualidades celestiales. Algunas de ellas eran crueles, provocaban guerras y exigían sangre, mientras que otras eran pacíficas, instruían y daban obsequios a los seres humanos.
La religión de la mesoamérica prehispánica del altiplano central, era un conjunto de creencias de diversos pueblos que compartían este territorio del altiplano y que tenían por lengua el náhuatl. Compartían los mismos rituales, valores morales-religiosos, la misma organización y la misma estructura del cuerpo doctrinario, es decir, que tenían deidades en común y que jugaban papeles similares.
La religión de los pueblos nahuas es considerada por muchos como una religión politeísta, es decir, con muchos dioses. Sin embargo sería de alguna manera incorrecto afirmar eso, ya que a pesar de tener varias deidades, los nahuas comprendían que cada una de sus deidades era solamente la manifestación de una Divinidad superior, que tomaba diversas formas y nombres.
Esta deidad suprema se llamaba Ometeótl, que significa “Nuestro padre, nuestra madre, antigua divinidad”. Era un Dios-Diosa infinito y eterno, no podía ser descrito con palabras y era absolutamente todo. Este ser, reunía dos partes opuestas que eran dos deidades: Ometecuhtli y Ometecihuatl, el “señor de la dualidad” y la “señora de la dualidad”.
Estas dos deidades simbolizaban la dualidad: masculino-femenino, luz-obscuridad, positivo-negativo, bien-mal, espíritu-materia, etc. Que son elementos que están en constante lucha pero que generan el balance que genera la vida. Así mismo, estas dos deidades eran cuatro divinidades, que según la tradición eran sus “hijos”.
Tezcatlipoca, Tláloc, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli eran las cuatro divinidades “nacidas” de Ometecuhtli y Ometecihuatl, y cada uno de ellos simbolizaba un punto cardinal, una estación del año y un elemento natural.
Tezcatlipoca, “el espejo humeante” era el dios de la tierra, la magia, del reino material y de la ilusión. Estaba relacionado con el norte y con el invierno. La religión nahua lo concebía como señor del mundo terreno, que era un mundo aparente pero ilusorio a final de cuentas, en el que todos debíamos luchar para trascender de él. Era el dios de los chamanes y nahuales. Su animal era el jaguar y era representación del cuerpo físico.
Tláloc, “el vino de la tierra” era el dios del agua, de la fertilidad, la salud y el clima. Estaba
relacionado con el sur y el verano. Era concebido como un señor que podía dar recompensas como castigos, dar fertilidad o escasez. Aunque usualmente era un dios benigno. Era el dios de los agricultores y campesinos. Su animal era el coyote y representaba la mente.
Quetzalcóatl, “serpiente-ave hermosa” era el dios del aire, las ciencias, las artes, la sabiduría, la compasión y la verdad. Estaba relacionado con el oriente y la primavera. La religión nahua lo concebía como el señor del mundo verdadero, que era aquél que estaba más allá del mundo terreno y al que sólo se podía llegar si uno trascendía al cuerpo físico. Era el dios de los artesanos y sacerdotes. Su animal era la serpiente (usualmente emplumada) y representaba al espíritu.
Huitzilopochtli, “el colibrí zurdo” era el dios del fuego, de la guerra, el
conflicto y los sacrificios. Estaba relacionado con el occidente y el otoño. Se le concebía como un señor cruel y poderoso que exigía sacrificios y guerras. Era el dios de los tlatoanis, caciques y guerreros. Su animal era el águila o el colibrí y representaba a la vida misma.
De estos cuatro dioses provino toda la creación, todas las demás divinidades provenían de estos cuatro, que a su vez procedían de los dos que en realidad eran uno. Pero a pesar de que estas cuatro divinidades eran los más importantes del panteón náhuatl y en muchos pueblos fueron adorados como dioses supremos, hubo otras divinidades que tuvieron gran relevancia entre los pueblos mesoamericanos del altiplano central.
Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl eran los señores de la muerte. Ellos presidían el inframundo y eran los reyes de los muertos, eran sombríos y no les importaba nada más allá de sus dominios.
Tonantznin era “nuestra muy venerable madre”, era la diosa madre, compasiva, bondadosa, protectora y guardiana de sus hijos los seres humanos.
Coatlicue era una deidad puramente azteca, según una versión, ella era la madre de Huitzilopochtli, y siendo virgen lo dio a luz. Ella representaba a la tierra y a la gran
madre, pero en su faceta más feroz y cruel. Exigía sacrificios y guerras.
Además de ellos había muchísimas deidades más pero de menor relevancia. Todos eran manifestaciones del mismo ser que era Ometeótl que era lo único, la totalidad.
Como se puede observar la religión de los pueblos nahuas tenía una variada gama de divinidades que iban desde pacíficas hasta guerreras, desde luminosas hasta sombrías, desde bondadosas hasta crueles.
Cabe destacar que a pesar de poseer los mismos dioses, las concepciones que se tuvieron de cada uno de ellos variaron de pueblo en pueblo, brindando o restando importancia o agregando alguna cualidad a dicha deidad.
LAS CONCEPCIONES DE LA DIVINIDAD Y LA EVOLUCIÓN MENTAL
Ya con anterioridad hemos mencionado que tanto el mundo sensible como el mundo interior son proyectados en nuestra mente y conforman la realidad de los seres humanos.
Los siete niveles en los que trabaja nuestro cerebro, estipulados por el Dr. Chopra, influyen y en gran parte controlan nuestra visión de la vida y todo lo que nos rodea, moldean nuestra percepción y conforman nuestra realidad.
Aunque cabe destacar que los seres humanos no se quedan estancados en uno, sino que poseen todos los niveles y pasan de un nivel a otro dependiendo de su mundo exterior e interior, aunque innegablemente existe una fase predominante en cada uno de nosotros.
Fase uno: Supervivencia
La primera fase, es la más elemental, la más básica para los seres humanos. Es la fase de la supervivencia, en esta fase la identidad se encuentra en el cerebro viejo y esta basada en el cuerpo y el entorno físico, el mundo se encuentra rodeado de amenazas y peligros ante los cuales debemos sobrevivir. Es la fase más elemental puesto que la primera prioridad de los seres vivos es la conservación.
Las personas que tienen muy arraigada esta fase son muy propensas a actuar sin pensar, solamente basándose en sus instintos, son muy entregadas a sus pasiones y giran en torno a su cuerpo físico. En ésta fase, las deidades son vengativas, caprichosas, celosas, y críticas con el premio y castigo, iracundas e insondables.
Las divinidades provocan desastres naturales: terremotos, tormentas, inundaciones, huracanes, enfermedades y demás. Sin embargo estas divinidades son, en este nivel, protectoras de los seres humanos. A pesar de tantos peligros y dificultades son estas deidades las que resguardan a los seres humanos o los dejan morir según su capricho.
Los aztecas tenían por deidades supremas a Huitzilopochtli y a su madre Coatlicue. El territorio del que ellos provienen se conoce como Aztlán que se ubica al norte de México, es un lugar árido y poco fértil. Según cuenta la leyenda, Huitzilopochtli les ordenó a los aztecas viajar hasta encontrar la tierra donde construirían su ciudad.
Desde sus orígenes, Huitzilopochtli y su madre Coatlicue pertenecieron a las proyecciones mentales de esta fase, el primero que era el sol y la segunda que era la tierra provocaban implacables desastres sólo para probar la fortaleza de los aztecas. Cuando son mandados a viajar miles de kilómetros para encontrar su tierra prometida, los aztecas son sometidos a las peores penurias, sin embargo eran probados y protegidos por sus deidades.
De hecho, cuando llegan al valle de México, solamente se alimentaban de alacranes, serpientes y otros animales que consideramos rastreros y desagradables. Los aztecas necesitaban dioses crueles y caprichosos para poder sobrevivir, ya que éstos los probaban y los protegían de todas las amenazas y peligros. Su filosofía era matar o morir.
El objetivo de los aztecas era sobrevivir, proteger y mantener a los suyos. De igual manera, los teotihuacanos antes de consolidarse como una nación poderosa y estable, veneraban a Tezcatlipoca, el dios del mundo material, el cual por igual tenía un carácter caprichoso y cruel. El dios enviaba bestias y enfermedades para probar a los seres humanos. Los chamanes comenzaron a obtener poder de este dios porque conocían la manera de curar las enfermedades y de prevenir las catástrofes que él enviaba para probarlos.
La manera de acercarse a los dioses y venerarles era con el miedo, el respeto y la devoción amorosa, en premio, los dioses brindarían alimento, confort y una familia para apoyarse.
Fase dos: Poder
La segunda fase también pertenece al cerebro viejo, pero es una parte mucho más civilizada que la primera fase del cerebro. Según señala Sigmund Freud ², “el poder es algo irresistible y uno de los bienes primarios de la vida”. Esta fase se trata acerca del poder, del ego y la personalidad. En esta fase del cerebro los seres humanos buscan la competencia por el poder y nace el yo.
Tenemos que destacar que en aproximadamente el 50% de las personas prepondera esta fase, y las que pertenecen a ella son ambiciosas, competitivas y siempre en busca de ganar. Son personas que giran en torno a su ego y su objetivo es poder. En esta fase la divinidad es soberana, racional, omnipotente, imparcial, justa, organizada en normas y responde plegarias.
Las deidades son justas, brindan a los seres humanos normas para que vivan conforme a lo que ellas dictan, actúan como jueces imparciales, dando castigo o premio al que se lo merece. Todo es racional y no existen los instintos, los dioses tienen poder absoluto sobre de todo y provocan guerras con tal de obtener más poder.
Después de establecerse en el valle, los aztecas comenzaron a acuñar poder. Su dios Huitzilopochtli ya no era la misma divinidad celosa y caprichosa de la fase uno, se había convertido en cambio, en un dios político, guerrero. La sociedad azteca había sufrido bastante antes de establecerse, ya habían pasado por la fase uno, ahora venía la segunda.
El poder era lo que buscaban los aztecas, ya no necesitaban sobrevivir porque buscaban mucho más. Huitzilopochtli ordenaba la guerra y los sacrificios para acrecentar su poder. La norma era hacer la guerra o enfrentarse al castigo del dios.
Esta mentalidad de ganar o morir, en la que de cualquier forma se era recompensado, aunada con su creencia en un dios todopoderoso, hizo que los aztecas pudieran construir su imperio y expandirlo, dándoles poder y control sobre de todos los demás pueblos de mesoamérica.
La necesidad de los aztecas por dioses hambrientos de poder, justos y omnipotentes, fue satisfecha. La finalidad perseguida por los aztecas era ganar, y lo lograron, por medio del temor y la obediencia con sus deidades.
Fase tres: Paz interior
La tercera fase tiene relación con el cerebro nuevo y se establece una identidad como testigo silencioso, un observador interno; se busca la paz y la calma, el mundo exterior pierde la fuerza que tenía en las otras dos fases, siendo nuestro mundo interior el que realmente tiene poder. El mundo es un lugar de soledad interna y autosuficiencia.
Las personas que pertenecen a esta fase son calmadas y muy pacíficas, no se preocupan por cuestiones exteriores, son concentradas en sus acciones y en sí mismas. Se encuentran comprometidas con las cosas pero no dependen de ellas para “vivir”. Esta fase proyecta divinidades calmadas, consoladoras, poco exigentes, desapegadas y meditativas.
Los dioses de esta fase brindan consuelo a los seres humanos, brindan la paz y la concentración interiores para que los seres humanos cambien su entorno, que no es, en esta fase, lo más importante. Las leyes y los problemas externos no inmutan a nuestra deidad, la cual sólo existe para la reflexión.
En la religión náhuatl, Tonantzin era la diosa madre y al igual que una madre humana ella brindaba consuelo y paz. No era el modelo de madre castigadora ni mucho menos, ella traspasaba las leyes para consolar a sus hijos.
El centro de su adoración se encontraba en el cerro de Tepeyac, a donde sus devotos se dirigían con el más profundo silencio y veneración. Los fieles de Tonantzin se dirigían a ella para obtener paz y quietud espiritual.
La deidad, como una madre que tranquiliza a su hijo, brindaba a sus fieles estas cualidades. La manera de encontrar y conectarse con Tonantzin era por medio de la meditación, la contemplación y la adoración silenciosa. El objetivo a seguir era estar comprometido y desapegado del mundo, cosa que la diosa ayudaba a conseguir.
Fase cuatro: Sabiduría
La cuarta fase proviene de la tercera, del silencio, la paz y la reflexión viene lo que es el enfoque, la percepción y la sabiduría. En este nivel de percepción la identidad se encuentra basada en el conocimiento interior, tanto el nuestro como el de los demás. El mundo es un lugar que da margen para la percepción y el crecimiento personal.
Las personas que están muy apegadas a esta fase son comprensivas, perceptivas, empáticas y tolerantes. Actúan de manera calmada y reflexiva, buscan ser comprendidas y buscan más de la vida. Giran en torno a su percepción y su comprensión. Los dioses de esta fase son comprensivos, tolerantes, misericordiosos, sabios y no críticos.
Las divinidades fungen como grandes maestros, enseñan y comprenden a los seres humanos, no existe el castigo porque la misericordia aunada con la comprensión es más poderosa. Dan la percepción y la sabiduría a los seres humanos para que puedan ayudarse entre ellos.
Los teotihuacanos y sus descendientes, los toltecas, veneraban a Quetzalcóatl, dios de la sabiduría, el que nunca juzgó a los hombres por sus acciones, y muy por el contrario, los perdonaba y siempre les daba otra oportunidad. Además de enseñarles todo lo que necesitaban saber.
En la historia de los soles, los seres humanos de cada era se ganaban el castigo de todos los dioses, los cuales destruían al mundo y sus habitantes. Los dioses desde el final del primer sol, habían dejado de confiar en los hombres, sin embargo, Quetzalcóatl, el dios misericordioso y comprensivo siempre abogó por otra oportunidad para la humanidad. Lo mismo sucedió por cuatro eras.
Al final de la cuarta era, los dioses ya estaban decididos a no volver a dar vida a los hombres ni a ningún otro ser. Pero Quetzalcóatl desafiando la decisión de sus hermanos y hermanas, creó a la nueva humanidad del quinto sol y él mismo se convirtió en el sol, dando a los seres humanos otra oportunidad.
Las deidades de esta fase proporcionan a los seres humanos que las conciben de este modo una faceta de mentores, proporcionan comprensión, tolerancia y sabiduría a los que se acercan a ellas. La mejor manera que los devotos de estas divinidades tenían para acercarse era por medio de la aceptación de uno mismo y la ayuda a los demás.
Fase cinco: Creatividad
La quinta fase, correspondiente al cerebro nuevo no esta ligada a la cuarta fase, pero si a la tercera, donde comenzamos a interiorizar en nuestra persona, pero en este nivel utilizamos esa interiorización para externar nuestras ideas y ser creativos. Al igual que la cuarta fase donde externamos nuestras capacidades para que se conviertan en percepción y sabiduría, en esta fase lo manifestamos con imaginación y creación.
Las personas que se ven mayormente inmersas en esta fase son fantasiosas, imaginativas, soñadoras y generalmente artistas o científicos. Siempre están en busca de nuevas creaciones, de nuevos horizontes que les permitan externar lo que imaginan. Su identidad esta basada en crear y descubrir. Los dioses de esta fase son creadores, controlan el espacio y el tiempo, abiertos, generosos, inspirados y desean ser conocidos.
Las deidades son creadoras, no les importa nada fuera de imaginar, idear y crear, además claro, de ser conocidas. No solamente crean sino que ayudan a los seres humanos a ser co-creadores con ellas, brindándoles inspiración y sueños.
Según la religión náhuatl, al principio de los tiempos los cuatro grandes dioses: Tezcatlipoca, Tláloc, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, se habían aunado a la tarea de crear el universo. No existía nada, entonces crearon el mar y el cielo. Después crearon la tierra y a todas las aves y demás animales. Entonces se dieron cuenta de que habían hecho bien pero que hacía falta alguien que los reconociera y agradeciera por su creación.
Fue entonces que crearon al ser humano. Los dioses crearon a los primeros hombres, gigantes creados de la tierra, pero Tezcatlipoca dio fin a su era, y los gigantes se convirtieron en montañas al caer de uno por uno.
Los segundos hombres estaban hechos de barro, pero no podían hablar y con mucho trabajo se movían. Termino el sol de Tláloc junto con grandes tormentas e inundaciones y los hombres se convirtieron en peces.
El tercer sol fue el del viento, Quetzalcóatl. Los hombres fueron hechos de madera, pero no reconocían ni adoraban a los dioses. Los vientos y los huracanes se llevaron a muchos de éstos hombres, los que quedaron se transformaron en monos.
El cuarto sol fue presidido por Huitzilopochtli y crearon a los hombres de maíz, pero eran holgazanes y no veneraban a los dioses, entonces se acabo el mundo por medio de incendios y lluvias ardientes.
Pero Quetzalcóatl, el dios creador por excelencia, se dio a la tarea de hacer nuevos hombres, por lo que volvió a crear un nuevo sol y dio a luz a la humanidad.
Como podemos observar, los dioses creadores solamente están concentrados en idear y concebir, por el simple hecho de hacerlo. Desean ser reconocidos por sus creaciones y lo buscan a toda costa.
Todos los dioses en algún momento se encuentran dentro de esta fase, siendo creadores sin más recompensa que el de su creación y el reconocimiento. Son deidades abiertas a realizar cualquier cosa, a hacer y deshacer para la creación. Son generosos, pues todo lo que crean es para beneficiar a sus creaciones anteriores o posteriores.
La forma de acercarse a estas divinidades es por medio de la imaginación y la inspiración. Cuando los seres humanos crean cualquier cosa, se encuentran en presencia de estas deidades y juegan el papel de ser co-creadores con sus dioses, siendo del algún modo equiparables a ellos.
En el caso del pueblo tolteca, consideraban a Quetzalcóatl como el máximo creador, no sólo por haber concebido a la humanidad, sino porque el les había otorgado las ciencias y las artes, para que fueran iguales a él, creadores.
Fase seis: Amor
Para la sexta fase, la mente ya ha dejado de jugar en el campo del cerebro viejo y ha avanzado mucho en el cerebro nuevo. En este nivel, lo primordial es el amor y la felicidad. Se tiene una conexión con el mundo y las cosas suceden por una razón.
Las personas de esta fase son sumamente afectuosas, desinteresadas, alegres, y gustan de ayudar a los demás. Su mundo gira en torno al amor y la felicidad, que son partes de su vida cotidiana y que encuentran en todos y cada uno de los seres. El dios que pertenece a esta fase es transformador, místico, curativo, amoroso, feliz, mágico e iluminado.
Los dioses que amaron a los seres humanos, según la cosmovisión mesoamericana, han sido pocos. Entre los que destacan se encuentran sólo tres: Tláloc, Tonantzin y Quetzalcóatl.
Tláloc poseía un amor innato por la humanidad, y fue por esa razón, que les dio tantos regalos: el maíz, el fríjol, el jitomate y todos los alimentos de la tierra, además de las aguas, principalmente para los aztecas que se establecieron en el lago de Texcoco. En muchas ocasiones Tláloc era invocado cuando existía algún enfermo incurable o cuando las cosechas no eran buenas. Entonces el dios curaba a los enfermos o provocaba una lluvia milagrosa en medio de la sequía.
Por otro lado, Tonantzin, la diosa madre, daba el amor y la felicidad a cada uno de sus hijos. Curaba enfermos, asistía a los partos y salvaba a la gente de diversas calamidades. Se dice que a la llegada de los españoles, cuando anochecía, se observaba la figura de la diosa flotando sobre las aguas del valle, llorando por los hijos que estaban próximos a morir.
Sin embargo, Quetzalcóatl se sitúa a la cabeza de los dioses de la sexta fase. Quetzalcóatl no sólo había dado vida al nuevo sol, sino que había dado vida a los nuevos hombres por medio de su sacrificio. Habiendo descendido al Mictlán (lugar de los muertos) robó algunos huesos del señor de la muerte, solamente con el propósito de crear a sus tan amados hombres, pero habiendo caído en una trampa puesta por los otros dioses, tiro los huesos a la tierra yerma.
Quetzalcóatl derramó su sangre y sus lágrimas sobre los huesos que habían caído a la tierra, y entonces éstos comenzaron a germinar, y de ahí nacieron los nuevos hombres. No contento con eso, Quetzalcóatl se hizo a si mismo hombre y enseño a los hombres las artes y la ciencia, curaba enfermos y todo el mundo era completamente rico y milagroso.
Pero por envidia de su hermano Tezcatlipoca y otros dioses, su reino fue destruido y los hombres corrompidos. Quetzalcóatl partió por mar, pero prometió que regresaría a salvar a la humanidad.
Los dioses de esta fase como podemos ver, no tienen otro propósito que el de amar y ser amados. Para ellos no existe el castigo, porque buenos y malos son de cualquier modo sus hijos. Curan y hacen milagros por los hombres. A estos dioses se llega por medio del amor, la ayuda y compartir la felicidad con otros.
Fase siete: Infinidad
La séptima fase es completamente del cerebro nuevo, de hecho elimina todas las características de percepción del viejo cerebro. En este nivel se pierde la conciencia del yo y del ego. El cerebro ejercita una zona que elimina la consciencia y provoca en las personas un éxtasis gozoso.
Las personas ordinarias no pueden vivir constantemente en este estado, al cuál solo acceden por cortos períodos de tiempo, en los que pierden la consciencia de su individualidad y se sienten conectados y fusionados con el todo. Se pierde la noción del tiempo y el espacio, y se siente un gran regocijo.
Las deidades de esta fase son infinitas, eternas, inmutables, etéreas, invisibles e incomprensibles.
En la religión náhuatl, el más grande, misterioso e incomprensible de todos los dioses era Ometeótl, el cual era, según la cosmovisión mesoamericana, absolutamente todo. Ometeótl no podía ser visto, ni escuchado, sentido ni percibido. Escapaba más allá de la comprensión e imaginación humanas.
Ometeótl residía como divinidad pura en el décimo tercer cielo, que según la religión náhuatl, era incomprensible y misterioso, tanto para hombres como para dioses. Aunque se manifestaba en forma de deidades, naturaleza, seres humanos, animales, plantas y todo lo visible y lo invisible. Ometeótl era todo y todo era una manifestación del infinito y eterno.
La manera de acercarse a esta divinidad era por medio de la trascendencia, de eliminar la consciencia del ego para aunarse a la consciencia del universo. Esta fase del cerebro se activa durante los rituales religiosos cuando los creyentes se encuentran en trance, en éxtasis. Los mesoamericanos experimentaban su unión con Ometeótl, el todo, realizando diversas actividades, desde oración, danzas rituales y juegos de pelota hasta sacrificios y guerra.
La infinidad y la eternidad sólo podían ser alcanzadas por los seres trascendentes que descubrían la unidad de todo el universo, el orden en el caos. Lo importante era descubrir que “todos somos ramas del mismo árbol, porque todos tenemos las mismas raíces” ¹. Cuando se lograba, el individuo se aunaba con el universo y superaba al tiempo y el espacio.
CONCLUSIÓN
La realidad varía en los ojos del que la observa. Las proyecciones del mundo, nacidas de las percepciones que tenemos, conforman nuestra realidad y nos hacen vivir de diferentes maneras. Según lo que nos muestre nuestra percepción es la manera en como nos desenvolveremos dentro de nuestro entorno, la percepción determinará nuestros ideales, valores y creencias.
La divinidad es concebida dentro de nuestro cerebro y nuestra mente. Es celosa, caprichosa, sedienta de poder, pacífica, sabia, creadora, amorosa, incomprensible y… tan humana. Ciertamente nuestro cerebro influye en gran medida en lo que podemos percibir del mundo tangible y del mundo abstracto, pues es el proyector de todo cuanto conocemos.
En el caso de la divinidad, Ludwig Feuerbach (1804-1872) opinaba, al igual que Sigmund Freud (1856-1939), que “Dios es la proyección que la gente hace de sus más altos ideales, lo mejor que pueden imaginar. Así, la teología es en realidad antropología”.
Estos hombres tenían razón, Dios es una proyección de nuestros valores, pero tiene una cualidad que estos hombres no pudieron comprender, y era que la divinidad llenaba las necesidades naturales de los seres humanos.
A los teotihuacanos, cuando eran nómadas, Tezcatlipoca les daba la fuerza para sobrevivir y los probaba constantemente. A los aztecas, Huitzilopochtli les dio el poder para establecer su imperio. Tonantzin daba consuelo y paz a los peregrinos que iban a visitarla.
Quetzalcóatl daba sabiduría y comprensión a los teotihuacanos, en tanto que a los toltecas brindaba inspiración y creatividad. Quetzalcóatl repartió su amor y sus milagros entre los mesoamericanos, en tanto que Ometeótl, el infinito y eterno, liberaba a sus hijos para que se unieran con la totalidad.
Bernard Shaw(1856-1950) mencionaba en su libro, “Las aventuras de la niña negra en su búsqueda de Dios”, que el ser humano crea a Dios una y otra vez a su imagen. En su libro, la niña conoce a Pavlov, el cual le dice que “Dios es un reflejo condicionado”, mientras el soldado romano menciona que “Dios es el poder del imperio”, la caravana de curiosos (científicos) le dicen que “Dios es una fábula”, en tanto Jesús le cuenta que “Dios esta en tu interior”.
Y es que Dios es, en realidad, muy humano, y esto es porque somos los humanos los que lo percibimos y le damos forma. Montesquieu (1689-1755) mencionaba: “si los triángulos tuvieran un Dios, éste tendría tres lados”.
La divinidad es muy humana y nace por la necesidad de una creencia, de fe y de esperanza. Nuestro cerebro con sus siete fases nos proporciona divinidades variadas, que van desde el poder hasta la sabiduría, desde la supervivencia hasta el amor. Incluso los ateos tienen necesidad de una deidad y la proyectan: un dios ausente e inexistente.
Sin embargo, si preguntáramos ¿Qué es realmente Dios? La única respuesta sería la que Voltaire (1694-1778) le da a la niña al final de su búsqueda: “La única respuesta es seguir con lo que podemos manejar, cultivar nuestro propio jardín”.
Lo que afirmaba Voltaire en el libro de Shaw es cierto. Cada quien seguirá y debería seguir con lo que puede manejar, con lo que su cerebro le permita percibir y proyectar, con lo que su mente pueda comprender y lo que satisfaga sus necesidades.
Tal vez nuestras deidades en verdad sólo sean proyecciones de nuestro cerebro, aunque la gran pregunta sería: ¿Qué el mundo como lo conocemos no lo es también?