En el panteón romano, mismo que se apropio de divinidades de otras culturas, existía un dios llamado Janos, el de dos rostros, que miraban hacía adelante y hacia atrás, hacia la creación y la destrucción, hacía la vida y la muerte.
Su significado básico es esa polaridad que existe en la naturaleza y en el ser humano, en ese continuo devenir y conflicto que se genera dentro de cada uno de nosotros, en el que cada extremo lucha por vencer al otro.
En la película The Wall de Pink Floyd, observamos esta lucha entre el amor a la vida y el amor a la muerte, en una sociedad actual, tecnificada e industrializada, donde los valores se ven conflictuados con la vida post moderna.
La necrofilia, de necros=muerte y filos=amor, es un elemento que reside en el interior de todos los seres humanos. Este trata siempre de destruir, de controlar, y en su lucha por el control, destruye más. Su arma es la fuerza, ya sea de las palabras o de los golpes. Su estandarte es todo lo que no se mueve, lo estático, sin vida e inorgánico.
En el filme podemos distinguir el riguroso y estricto control que se halla en la escuela, donde a los alumnos se les obliga a memorizar conceptos y fórmulas, de manera que el conocimiento permanezca estático y muerto. Cuestiones como los sentimientos y el arte quedan fuera, ya que no es algo controlable, algo rígido como la razón puede llegar a ser.
El uso de la violencia se hace vigente y es monopolizada por los profesores, cuya violencia interior manifiestan en contra de sus alumnos, tratando de formar gente automatizada, estrictamente ordenada y dócil a las órdenes, ladrillos que formarán una enorme pared gris.
Otras escenas revelan una gran guerra, cuya violencia se justifica en pro de la vida, pero cuyas consecuencias manifiestan que, en la guerra, no vence la vida, sino la muerte. Tal vez la vida ha luchado con su contrario y ha “vencido”, pero en el proceso quien realmente ha ganado, ha sido la muerte.
Una de las partes donde la necrofilia encuentra más cabida, es cuando el protagonista se ve a si mismo como un gobernante de un sistema totalitario, donde todo se tiene fríamente calculado y enfermamente controlado. Con miles de personas que no son más que autómatas dispuestos a obedecer y a seguir dentro de un sistema que asfixia la vida.
El símbolo del partido que alucina el protagonista son dos martillos cruzados, símbolos de la fuerza sustentada en sí misma, del poder controlador en cuyas ansias de contener la vida, la destruye.
Sin embargo, en el filme también se muestran elementos de biofilia. Pulsaciones violentas en las que la vida busca un equilibrio, como un desastre natural que destruye una ciudad industrial sólo para defender a la tierra que nos da la vida, misma que destruimos.
Cuando los niños de la escuela se revelan contra sus profesores y deciden salirse de lo que estaba establecido, cuando el caos aparente reina, es cuando se observa la explosión vital, porque la vida no se puede controlar. Las plantas crecen en los lugares más inhóspitos buscando la luz del sol, a pesar de nuestros esfuerzos por mantenerlas fuera de las hendiduras y cuarteaduras de nuestros patios y paredes.
La pared gris, esa pared de muerte que sólo servía para dividir, controlar y ser algo infranqueable, finalmente es destruida. La vida triunfa para quitarnos esos límites que tratan de meternos en un cuarto del que no podamos salir, para caminar sin fronteras por la vida.
El protagonista simboliza esa continua lucha entre la vida y la muerte, en un viaje alucinante. Pero debemos luchar por vivir. La vida es muy corta para detenernos a pensar en la muerte, y para la muerte tenemos mucho tiempo, claro, después de vivir plenamente.
Gracias, es emocionante leerlo.
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