Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha enfrentado adversidades muy grandes, los dioses podían ser tan benéficos o malévolos según sus obstinados y volubles comportamientos. Sin embargo, sus iras y demencias se calmaban con sacrificios y rituales. Pero había criaturas cuya destrucción y maldad no podía controlarse con nada, sólo los dioses eran capaces de vencer a aquellos espíritus, que hoy día conocemos como demonios.
En la antigüedad más remota, los demonios eran tan duros que, incluso se atrevían a enfrentar a los mismos dioses y eran enemigos difíciles de vencer, aún para las deidades. Su poder radicaba en la demencia, la muerte, la destrucción y la maldad.
Nombres como Seth, Tifón, Ahrimán, Mara y muchos más eran vistos con temor y reverencia. Pero en algún momento los demonios se dieron cuenta que no eran oponentes para los dioses, por lo menos no en una pelea de esa índole, así que decidieron golpearlos en un lugar que les haría más daño: la humanidad.
¿Qué es un humano en comparación con un dios? Realmente nada. Su espíritu es muy fácil de romper y corromper, sus cuerpos son frágiles como el cristal más fino, y su mente es cómo un juguete fácil de manipular. No había mayor problema con ellos.
Una de esas oportunidades fue con el famoso Job, un hombre recto, “justo y temeroso de Dios”. El de la idea fue Lucifer, el hijo favorito de Yahveh, quién llegó con la oferta para su padre, de que haría renegar a Job de Dios. El Supremo aceptó la apuesta y se lo permitió, pero había fallado, ni aún tocando sus bienes, a su familia ni a Job mismo, pudo persuadirlo de maldecir a Dios.
Ciertamente, los demonios encantan de persuadir a los humanos de tornarse contra sus dioses y vender su alma, para engrandecerse ellos mismos. Muchos han triunfado, pero también varios han fracasado.
En otra historia, es Mefistófeles, el de pata de caballo, el que se atreve a entrar a la apuesta con Dios. En tanto que sus hermanos, Miguel, Gabriel y Rafael loan al Creador y a la “cúspide de su creación”, Mefistófeles se mofa de ellos diciendo: “El raquítico dios de la tierra (ser humano) al que le diste ese regalo divino llamado razón y que utiliza para ser más bestial que toda bestia”.
Así entra este diablo a la apuesta de llevar al doctor Fausto, un anciano erudito, por una senda de placeres y conocimientos en los que se alejará del camino recto y perderá su alma. Sin embargo, a pesar de todas las acciones de Fausto, y cuando el demonio canta victoria, la loa llega antes de tiempo, pues para su sorpresa el hombre se ha ganado la redención y la salvación.
El diablo y los demonios, sin embargo, no tienen un papel tan “malévolo” como usualmente hacemos hoy día, simplemente cumplen con su trabajo. ¿Cuál es? Pues es tentar, crear conflicto, examinar. Los seres humanos debemos superar todo ello y mucho más para alcanzar nuestros más altos ideales.
Y los peores demonios no están fuera de nosotros, con cola y cuernos como nos los han pintado las iglesias cristianas, sino en nuestro interior, como los extremos de la vida, mismos que sólo ocasionan muerte.
La palabra demonio proviene del griego daimón, nombre atribuido a espíritus “dobles” del hombre, que lo auxiliaban y cuidaban, mensajeros e intercesores entre la humanidad y la divinidad. Algunos eran buenos, otros malos, y la mayoría, como el hombre, tenían un poco de ambos. Eran en pocas palabras los guardianes del hombre.
Una de sus significaciones era la de que “inspiraban” en el ser humano las ideas, daban el conocimiento. Esta fue una de las razones por las que la palabra latinizada, demonio, fuera puesta como maligna por la Iglesia, que deseaba tener gente ignorante y apartada del conocimiento, sometida por una doble mala copia de la fe.
Otras cosas que se demonizaron, en el sentido tergiversado, fueron las cosas naturales, las divinidades del campo, del bosque, de las montañas y los ríos se convirtieron también en agentes del mal. Tal vez sea esa la razón (lo dudo mucho) de que el ser humano actualmente destruya al “gran demonio” que es la Naturaleza.
El placer y el gusto por las cosas también se hizo maligno. Y las cosas buenas que Dios o los dioses nos habían dado, se transformaron en cosas malvadas puestas por demonios para la perdición del hombre.
Así que ni razón, ni conocimiento, ni naturaleza ni placer. Una vacuidad enfermiza es lo único que queda. Y ése es el peor diablo que encontramos, el que nos deja con las manos vacías, y cuyas caras son los extremos. Caras como el extremo orden reflejado en el totalitarismo de regímenes como el de Hitler y Stalin; del fanatismo extremo visto en sectas y organizaciones que privan a las personas y las obligan a actos alienados, y muchísimas caras más.
me parece una buena historia y enhorabuena por mi apoyo al inventor de esta pagina
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