Desde épocas remotas el ser humano ha creído en fuerzas que son superiores a la suya. Desde el comienzo de su existencia empezó a adorar a sus primeros dioses: la lluvia, el rayo, el sol, la tierra y todas las fuerzas de la naturaleza. Desde este principio el ser humano ya tenía conciencia de que no sólo tenía un cuerpo físico, sino que también tenía algo invisible que lo animaba y le daba vida: el espíritu.
A pesar de que el ser humano no tenía tanto conocimiento como se tiene ahora, y de que su consciencia no estaba tan desarrollada comenzó a creer y a adorar a sus divinidades de un modo natural y simple.
Siglos después, las civilizaciones antiguas, con sus religiones completas y bien estructuradas, enseñaban acerca de los Dioses o de el Dios. Sus doctrinas enseñaban acerca del equilibrio que debía existir entre la Divinidad, la naturaleza y el hombre; acerca de los buenos actos que llevan a una recompensa que estaba más allá de este mundo; de cómo acercarse a la Divinidad, y como alcanzar la plenitud espiritual.
Los templos no solo eran sitios de adoración, sino que eran verdaderas escuelas, donde los sacerdotes no solo se preocupaban por la teología, sino también por la ciencia, enseñando éstos dos principios, no como dos cosas separadas y ajenas, sino como partes de una misma verdad. La ciencia era el obscuro camino, y la fe era la antorcha que iluminaba hacía la verdad, hacía la Divinidad.
Sin embargo, a pesar de la chispa de divinidad que posee el hombre, también tiene su parte material y ambiciosa. El ser humano con su libre albedrío, en muchas ocasiones olvidó a su mente y su espíritu por atender cosas más perecederas. Se olvido de su verdadero camino y abandonó a la ciencia, abandono a la fe.
Atendió a sus bajos instintos, la ambición y el poder se convirtieron en sus aliados. Sus dioses eran usados para hacer su voluntad. Miles de guerras tuvieron lugar por que “Dios lo había ordenado”, los hombres pusieron a sus dioses uno contra el otro. La paz y amor escritas en los libros sagrados se mancharon de sangre que se leía como odio y destrucción.
Sin embargo, existió gente que siguió fiel a sus Dioses, a su Dios. Gente excepcional que siguió sus preceptos, que no traicionó sus convicciones, gente que conoció y creyó. Personas como estas fueron perseguidas, encarceladas, torturadas y muertas. Pero su “muerte” fue la verdadera vida, y con su “vida” demostraron a la humanidad el camino que debía seguir y la verdadera razón de su existir.
Porque la verdad es, que ese Ser Supremo, esa Divinidad es única y no pertenece a ningún culto en especial, ya que es Universal. La Deidad no es que sea diferente, no es que haya muchos Dioses, sino que ese Uno, ha sido adorado, honrado y venerado con diversos nombres y diversas formas.
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